3 de diciembre de 2017

Perú: Por la ventanilla del expreso del Altiplano

Trenes Turísticos

Un viaje como los de antes, a bordo de los camarotes de un sorprendente tren de lujo que cruza la puna peruana desde Cuzco hasta Arequipa, visitando el mítico lago Titicaca

El ambiente es como en las rebuscadas intrigas de espionaje de principios del siglo XX entre los viejos imperios europeos. Podría haber servido para una escena de la nueva versión de la película Asesinato en el Orient Express.

La curva, el momento que todos esperan para las mejores fotos de la formación. Foto: Sebastián Pani/LUGARES

Pero el paisaje es el del Altiplano. Y cuando para el tren, no es en la estación de alguna capital europea sino en un pueblito donde los niños esperan con sus llamas para que les saquen en fotos a cambio de propina.

El Belmond Andean Explorer es una de las experiencias más extravagantes que se pueden vivir actualmente en América latina. Durante tres días y dos noches, cruza toda la puna peruana a más de 3500 metros de altura.

Bienvenida a bordo

Todo empieza en la estación de Cuzco. Sobre los andenes, los viajeros se sacan fotos, copas en mano, junto a los músicos y bailarines del conjunto folklórico que ameniza la espera hasta escuchar el silbato. Una vez que todos subieron a bordo, la formación alcanza lentamente su apacible ritmo. El último vagón, un bar donde se sirven a discreción tragos y bebidas espirituosas, tiene una plataforma para asomarse a ver cómo la ciudad se va desvaneciendo a medida que se viaja hacia el sur por el valle de río Vilcanota, en dirección a Raqchi, la primera parada.

El expreso del Altiplano, con vista panorámica. Foto: Sebastián Pani/LUGARES

La plataforma es dominio de los viajeros fotógrafos, que esperan las curvas para tener imágenes del conjunto del tren en medio de un paisaje de pequeños campos. En segundo plano quieren tener en sus fotos a los campesinos que trabajan las parcelas con técnicas y gestos que no parecen haber cambiado desde la época de los incas.

Al cabo de un par de horas todos los pasajeros tuvieron tiempo de explorar sus cabinas, familiarizarse y almorzar antes de la primera parada. En todo momento el tren ha seguido fielmente el curso del río, ganando altura. El Vilcanota cambia de nombre y se llama Urubamba cuando llega al Valle Sagrado.

A las 14, el tren para en la estación de Tinta, un pequeño pueblo a 3500 metros de altura. El paisaje que lo rodea da la impresión de no haberse decidido del todo entre ser un adelantado de la puna o un rezago del Valle Sagrado.

Where are you from?

El Andean Explorer es todavía muy nuevo. Fue puesto en servicio hace sólo unos meses por la empresa británica Belmond, que opera los demás trenes que circulan por la red peruana, bajo su nombre propio o el de PeruRail.

El sitio de Raqshi conserva las ruinas arqueológicas de una ciudad que se encontraba a medio día de caminata de Cuzco, al borde del Qhapaq Ñan, el Camino del Inca. Las construcciones más llamativas son las paredes de adobe de lo que fue un templo de gran porte dedicado a Wiraqocha, su máxima divinidad. Se conservaron también algunos ushnu, unas casitas de forma piramidal donde se almacenaba la comida del pueblo.

Un lujo: coches de época para un viaje al corazón de Perú. Foto: Sebastián Pani/LUGARES

De vuelta a bordo, Christopher Mendoza, gerente del tren, va de grupo en grupo por el bar y los dos vagones restaurantes, pasando con naturalidad del español al inglés, según sus interlocutores. Aquel segundo idioma se convierte rápidamente en una especie de lengua franca ferroviaria entre los pasajeros. Aunque no puedan ser más de 40 por viaje (hay sólo dos compartimentos por vagón, con una cama doble en cada uno), se van sumando las nacionalidades. El primer día, la pregunta más escuchada a bordo es ¿de dónde viene?

Where are you from? Las repuestas son dispares: Nueva Zelanda, Chile, Inglaterra, Italia, Brasil. Y por supuesto siempre hay argentinos también.

El viaje sigue mientras el río, que corre al costado de las vías, se transforma poco a poco en arroyo de montaña. Como hay menos cultivos sobre sus riberas, se ven más aves: patos y garzas principalmente. La luz empieza a bajar y el sol ya desapareció hace un rato detrás de las cumbres cuando se pasa por la ciudad de Marangani.

Un mundo miniatura

La noche está a punto de caer cuando se llega al segundo alto del viaje. En la media luz, se adivina la silueta de la cumbre nevada del Chimboya (5500 metros de altura). Sus nieves eternas son la fuente del Vilcanota. El paraje donde el tren se ha detenido se llama La Raya. Es el punto más alto de todo el recorrido. Algunas vendedoras vinieron de Marangani para improvisar un mercado de artesanías, iluminado por potentes faroles. De rebote, iluminan la pequeña capilla que oficia de mojón y cuyo cartel da la bienvenida a los pasajeros: Welcome to La Raya - Altitud 4319 m.s.n.m. - Puno Cusco.

Comodidades cinco estrellas, pero sobre rieles. Foto: Sebastián Pani/LUGARES

La altura ya se había hecho notar horas antes, por la tarde, antes de que el ramal supere los 4000 metros. La enfermera se ocupa de los que se apunaron. Forma parte del equipo del tren y está disponible en todo momento, aunque haya botellas de oxígeno en cada compartimento.

De regreso a bordo, se van confirmando los grupos que se crearon a lo largo del día, entre pasajeros que comparten un mismo idioma. Mientras el tren avanza en la oscuridad, otras amistades surgen en el bar o de mesa en mesa; y lo que imaginaba cada uno de los demás se confirma o desmiente. Es que al ver siempre y otra vez las mismas caras desde la mañana, cada uno supone historias de vida, escucha algún comentario al paso, confiesa anécdotas de viajes anteriores. El puzzle social se arma así poco a poco. Mientras tanto, desde la barra del último vagón los mozos miran este mundillo con los ojos de la experiencia. Reconocen sin embargo que cada viaje "trae lo suyo".

Desde La Raya hasta la parada nocturna en Puno se tardan unas cinco horas. La cena tiende a ser formal y los anglosajones respetan el dress code con mucho más rigor que los demás. Mientras se sirven los postres, es la hora preferida por Christopher, que invita al bar para tomar unos tragos y escuchar las impresiones de cada uno. A un costado de la barra, un músico canta versiones acústicas de clásicos del rock argentino. ¿De vez en cuando se animará alguien a pedirle la canción que afirma "no voy en tren"?

El puerto de Puno

El decorado y el servicio a bordo son como los del Orient Express. Pero a diferencia de lo que pasa en el mítico tren europeo, los que tardaron en irse a dormir no podrán conciliar el sueño meciéndose al ritmo del traka-traka de las ruedas sobre los rieles. Una vez llegada a Puno, la formación se detiene y la noche va a transcurrir tranquila y silenciosamente.

El segundo día empieza muy temprano. El guía del tren invita a quien quiera acompañarlo a caminar a partir de las 5 de la madrugada por los muelles del puerto de Puno. Cuando el cielo está limpio de nubes, el sol aparece entre las montañas y enciende las aguas del lago Titicaca.

A las 6 el desayuno está servido a bordo del tren, que va a quedarse todo el día en el mismo lugar. Al rato, los pasajeros son guiados hasta el muelle del puerto donde espera una embarcación especialmente fletada por Belmond.

La navegación dura buena parte del día. La primera visita es para los uros, una etnia que vivía tradicionalmente sobre islas artificiales de totoras. En este mundo de juncos y de agua, todo está programado con minuciosidad para recibir a un contingente nuevo por día. Los miembros de cada familia reciben a sus visitantes, les muestran cómo fabrican ellos mismos sus islas, sus casas y cómo se organiza la vida en medio del lago.

La segunda visita es para los taquiles que viven sobre una remota isla, en medio del lago. Desde sus casas sólo ven agua y apenas unas cumbres, muy lejos en el horizonte. Viven como si estuviesen solos en medio de algún mar. Siguen vistiendo su ropa tradicional, tejida por los hombres, y conservan la compleja organización social de sus antepasados.

Fin del recorrido

De regreso a bordo del Andean Explorer, el nuevo destino es Saracocha, un paraje solitario en medio de la Puna. Allá el convoy se detendrá otra vez, para pasar la segunda noche. Al día siguiente será posible nuevamente levantarse al alba para ver el sol levantarse por encima de la Cordillera, sobre un valle ocupado por una laguna. Aunque falten varias horas para terminar el viaje, hay un ambiente de despedida ya en el momento del desayuno. Las animadas charlas de la noche anterior pasaron a ser tranquilas conversaciones, como las de gente que se conoce de larga data.

Las estaciones del Andean Explorer. Foto: LA NACION

Se prevén dos paradas más durante la mañana. La primera es para caminar por un desfiladero hasta la cueva de Sumbay, un alero con pinturas rupestres. Es una visita para valientes, porque la subida de regreso por rocas y escaleras escarpadas a más de 4100 metros de altura es literalmente una hazaña.

El tren cruza luego una extensión desértica de la puna, dominada por la imponente masa del Volcán Mitsi (más de 5800 metros). Se avistan varios rebaños de vicuñas que vienen a pastar hasta la cercanía de los rieles.

La última parada del viaje se hace en la estación de un complejo minero. Se bajan los pasajeros que siguen viaje hasta el Cañón del Colca. Los demás llegarán cuatro horas más tarde, hacia las 15.30, a Arequipa, la estación terminal.

Datos útiles

Cuánto cuesta

Belmond Andean Explorer: el pasaje del viaje de tres días y dos noches cuesta US$ 1500 por persona. En fórmula all-inclusive (desde las comidas y bebidas hasta las excusiones y la asistencia médica) www.belmond.com/trains

Qué hacer

Cañón del Colca: las visitas salen desde Chivay o desde Arequipa. Se cobra un boleto turístico válido para la región del Colca (sobre el modelo del que se compra en Cuzco). Es válido para ocho sitios distintos. Cuesta unos AR$ 200.

Casa museo Vargas Llosa, Arequipa: Av Parra 101. Abre de martes a domingo de 10 a 17.00. Cuesta AR$ 50.

Arequipa, la de Vargas Llosa

La gran ciudad del sur peruano estará para siempre vinculada a Mario Vargas Llosa, aunque el premio Nobel haya pasado solamente su primera infancia en la casa que fue recientemente transformada en museo. Es una de las clásicas visitas junto a la Plaza de Armas y el Monasterio de Santa Catalina. Es uno de los más grandes del continente, tanto que es como un pueblo de por sí, con sus callejuelas interiores que llevan a los departamentos de las monjas y los sectores comunes. La ciudad debe su renombre también a su cocina, que cobra su mejor sabor en las picanterías. Son restaurantes populares que sirven platos platos abundantes de recetas tradicionales. Forman parte intrínseca de la ciudad y figuran en el Patrimonio Nacional de Perú. Si hay que elegir una sola, será La Nueva Palomino, en pleno centro. En sus salones se recrea el ambiente de principios de siglo XX y se han conservado los hornos y las viejas jarras de chicha.LaNación.com

1 comentario:

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